miércoles, 8 de mayo de 2013

El cortijo de Dori Capítulo 2: El cortijo y sus cosas

Cortijo. 1. m. Finca rústica con vivienda y dependencias adecuadas, típica de amplias zonas de la España meridional.  (Definición de la RAE)

Si analizamos el significado de la palabra cortijo, el cortijo de Dori, (si seguimos diciendo la palabra cortijo va a perder su significado durante un buen rato), reúne algunas de las características propias de dicha definición. A saber: 1. finca rústica, sí la cumple, puesto que era un terreno y estaba en el campo. 2. Vivienda, sí, vivienda sí que tenía, aunque sólo llegásemos a ocupar, por breves espacios de tiempo y con un motivo justificado, en concreto a la llegada. 
3. Dependencias adecuadas, por supuesto, eran de lo más adecuado para nosotros y nuestras intenciones cuando íbamos allí. Hablemos de ellas.

El cortijo era básicamente cuatro cosas:

1. Un camino, o un carril, para expresarlo de un modo más de la tierra, con una moto, que mantenía el equilibrio a duras penas, cargada de bolsas. Vista de lejos se diría que eran las mismas bolsas las que dirigían y mantenían el equilibrio propio e inherente a la motocicleta. 

2. Una noguera. Hermoso y magnífico árbol que con sus ramas cargadas de piñas* convertían en sombra y fresco casi toda la explanada previa al edificio, explanada en la que, evidentemente, pasábamos la mayor parte del tiempo. Haciendo paellas, patatas a lo pobre, palomitas y papuecas, tumbados de pelea, tumbados retozando sin más, escalando las ramas del árbol, y en otras ocasiones, cayéndonos de las ramas del árbol. Una noguera que aunque no milenaria, sí con mucha solera, que allí durante mucho tiempo, con aire paternal nos dio su cobijo.


3. Un estanque. El estanque estaba un poco apartado. Había que subir un corto camino, que al sol del verano y recién comidos se triplicaba en longitud, si queríamos subir a darnos un chapuzón en sus límpidas** aguas. 


4. Una foto de un dictador. Nadie sabe cuándo ni por qué, cierto dictador que vivía por estas tierras españolas, le dió por darse un garbeo por estas otras tierras mías, vamos que a qué vendría este señor a Alcalá***. La cuestión es que vino, e hizo su paseillo triunfal, como no, en la Iglesia Mayor del pueblo. El padre de Dori, que le hizo los honores y justo cuando le hacía la reverencia obligada por protocolo, fue inmortalizado con una fotografía que acabó colgada de la pared justo por encima de la puerta de la entrada al cocinón. Aunque nuestro lugar estaba siempre en la calle, a Llado le salían sarpullidos**** sólo de pensar que aquella foto estaba allí, aunque no la estuviésemos viendo. Por lo que nada más llegar, él se perdía en la cocina, estiraba su brazo y giraba aquella foto, que estaba colgada por un cordel, colocando al dictador de cara a la pared.*****



* Piñas. Frutos que en su interior almacenan un fruto, del cual ahora no me acuerdo, pero que estaban al acecho en su lugar en la rama esperando a que cualquier incauto de nosotros se parase justo debajo el tiempo necesario para dejarse caer y pegarte el piñazo correspondiente. 

** El estanque se hallaba en mitad de los olivos. Solitario y sin más nada que lo cubriera que no fuesen un cielo azul y claro o un manto estrellado. La función del estanque se enfocaba principalmente para regar lo que hubiera que regar en aquella zona. Por lo que, entre los pocos productos químicos que pillaba para mantener el agua y estar más libre que el viento del desierto, las aguas estaban de todo menos límpidas. Pero, como ya hemos dicho otras veces, a estas edades uno solo ve lo que quiere ver, y esto era que el agua estaba fenómena para un chapuzón, sobre todo, si el camino se había hecho a pie, y sabiendo además, que contaríamos con la compañía de aquellos gigantescos y graciosos bichitos con patas largas que tanto gustan de estas aguas: los zapateros. 


*** Seguramente fue de paso para inaugurar el pantano de Colomera. 


**** Nuestro amigo era propenso a los sarpullidos, no solo provocados por el saber de la presencia allí del dictador inmortalizado en aquel momento particular, sino también por la pelusilla de los melocotones. 


***** Detalle a no olvidar: Girar de nuevo la foto cuando nos marchemos. Un día el padre de Dori llegó sin esperarlo, y entró en la cocina, cuando Llado dio un respingo: "¡la foto!". Todos aguantamos la respiración y esperamos a ver si se oía algún exabrupto desde el interior, pero no. El hombre no se dio cuenta, ¡Uuf, menos mal!



lunes, 18 de marzo de 2013

Rumbo a la Expo

Dori, este texto para tí, en el día de tu cumpleaños.

El camino era largo, Alcalá - Sevilla, y sin tener muy claro en donde era donde íbamos a acabar parando, pero eso daba igual, era lo que menos importancia tenía, íbamos todos y teníamos las entradas, así que lo demás era solo anecdótico.
Eran las primeras horas de la tarde y el día se mostraba soleado. No podía ser de otro modo, era mediados de agosto. Tras meter todos los cachivaches, que cada uno cargaba para el momento en el coche adjudicado para cada uno, llegó la hora.

Y desde el portal de consolación emprendimos nuestra huida de tres días del pueblo que nos vio nacer.

El coche en el que hago la ida y la vuelta es el de Dori, un Peugeot 205 blanco, aunque una vez allí, lo cambié por otro, blanco también, por motivos que aquí no vienen al caso. El coche era de Dori, pero también era el coche de las niñas, y así lo mimábamos y considerábamos. En él íbamos, Dori, al volante, Nanny, Isa, María y yo, rumbo a la primera salida para la que no necesité mentir en casa, ni siquiera pedir permiso, yo misma me lo adjudiqué. Veintiún años yo, veintidós y veintitrés otros, y mucha,  mucha carretera por delante, y más emoción y expectación aún, escuchando a "toa" pastilla esta canción con las ventanillas abiertas, al más puro estilo Thelma y Louise...


                                                                               

jueves, 14 de marzo de 2013

¡Agua! (I)

Y es que a nosotros siempre nos ha gustado mucho irnos de campo.

A falta de las fotos originales del día, coloco esta otra. 

Daba igual si había donde reunirnos o no. Si había techo bajo el que guarecerse de las inclemencias de Lorenzo, a media tarde en mitad de quién sabe dónde era dónde estábamos. Y es que, cuando el cortijo de Dori dejó de ser lugar seguro donde poder ir, durante un tiempo, estuvimos bastante perdidos. Porque la necesidad imperiosa de salir al campo seguía, pero no sabíamos dónde. Así que emprendíamos la marcha y, parábamos allí donde mejor nos pareciera.

Nos plantamos en mitad de..., del campo. Lo único que puedo recordar es que cerca pasaba un arroyuelo, que no era más que un hilo de agua, siendo las fechas que eran. Algunos álamos cerca que algo daban de sombra, pero bajo ellos solo había hojarasca crujiente y seca por el calor sofocante del verano, por lo que era preferible quedarse un poco más lejos, al menos, nada nos pinchaba si nos sentábamos en el suelo.

Allí pasamos el día, bajo un sol de justicia. Aunque, en esta ocasión, no pudimos apurar hasta el final. Hubo que regresar antes, por riesgo de insolaciones y lipotimias varias.

Ya no queda nada que beber, evidentemente, sólo queda el hielo de la nevera portátil que, poco a poco, ha dejado de ser lo que era, para convertirse en agua a la que ya, nadie, le dará el valor que tiene.

¡Pero hace tanta calor!, que sin avisar, como suelen pasar las mejores situaciones en la vida, todo se convierte en un:

¡¡¡AGUA VAAAAAAAA!!! Y esta agua, en apariencia inservible, se convierte en la mayor bendición al volar de aquí para allá, congelada como estaba, poniéndonos a todos chorreando..., a unos más que a otros, y de eso doy fe.

P.D. Como es que soy la tonta de las fotos, vuelvo a insistir: de ese día y del momentazo en que me echaron el agua a traición por la espalda, hay fotos, porque las he visto yo. Si alguien las encontrara sería...



miércoles, 6 de marzo de 2013

Así somos y así nos queremos


Cuando yo era pequeña quería tener de mayor familia numerosa. 
Me imaginaba siempre en una casa con mucha gente corriendo de aquí para allá, mucho jaleo, todo el mundo hablando a la vez, unos discutiendo, otros haciendo burla, y al fin y al cabo, nadie haciendo caso de nadie. 

Mi vida y circunstancias personales no me han permitido tenerla, (nadie piense que me entristezco por ello) pero, en cambio, la vida me ha permitido y, aún lo hace, vivir dicha escena una y mil veces, de la mano, como no, de mis amigos.

Si hay algo que nos ha caracterizado allá donde hemos ido a parar con nuestros huesos, ha sido eso, el jaleo y la escandalera y, es que no sabemos comportarnos en público, o sí, yo soy de la opinión de que lo que sí sabemos es pasarlo en grande cuando nos reunimos, tanto, que cada vez que quedamos para comer, acabamos preparando una escapada a las tantas de la noche para irnos de juerga a Granada, (si alguien no se raja, claro) y recogiéndonos a las "taitantas" de la madrugada después de hacer coreografías y bailar lo no bailable en la discoteca del pueblo. 



Es la Navidad del año 2012 y hemos quedado para tomar un café en casa de Lales y Ventura.
Después de pasar la tarde, discutiendo y pegándonos voces unos a otros, entre las idas y venidas de los niños que hacían lo propio en su habitación, buscando el arbitraje de, en este caso, Ventura, y entre llantos y  chivateos varios, y mientras la mayor de los niños que goza de unos trece añitos, aproximadamente, nos mira a todos con cara de perplejidad, nos hemos dado cuenta que, como es lo habitual en nosotros, nos ha dado la hora de cenar. 
Hemos decidido que vamos a pedir sandwiches al Bar  El Kalua, los más ricos del mundo. Con papelito en mano, empezamos cada uno a decidir cuál desea para cenar. La indecisión reina por doquier. Cada uno debe escoger el que es de su gusto, al tiempo que los que disfrutan de su paternidad, deben elegir los de su prole:

Como mi hijo no se come el sandwich entero que se lo coma a medias con el tuyo, sí, pero es que el que tú has elegido no le gusta al mío, entonces vamos a buscar uno que le guste a los dos. ¿Y tu hijo? ah no, por el mío no hay problema que se lo come todo...  Entonces van cuatro sevillanos, tres vegetales, un kalua... En total, once, ¿no? ¿Habéis elegido todos? No, yo aún no, que estaba esperando que terminarais todos. Toma elige. Bueno, ¿entonces cuantos van? A ver, eran dos andaluces, tres Kalúas, un vegetal...,  ¿pero os habéis fijado que el kalúa es triple? ¡Ay, es verdad! bueno, da igual, yo sí me lo como. ¡¡¡Pero yo noooooo, que es mucho!!! Dame que busco otro...

Ventura, el pobre, se ha hecho cargo de ir apuntando los sandwiches en un papel, para llamar al bar e ir pidiéndolos. El papel ya está lleno de tachones. 
¿Pero a ver, no somos doce? ¡ Yo tengo apuntados solo diez!  Sí, pero es que como tu hijo y el de Perico no se lo comen entero, se ha pedido solo uno, y mi hermana y yo también nos lo hemos pedido a medias, un triple. Entonces no salen las cuentas..., y vuelta a empezar: dos andaluces, un sevillano, tres Kalúas, un vegetal... en total, once. ¿Estamos ya? Síiiiiiii. Pues venga quién va.


Mi hermana y yo hemos decidido ir a por ellos, y la mayor de los niños se viene con nosotras. Cuando nos montamos en el coche, llevo la cabeza "embotá", y entonces es cuando dándome cuenta de la escena me da por reír. Le contamos a la niña que esos somos y hemos sido siempre nosotros, y recordamos que nos pasamos todo el verano, sentados en la terraza del Copa, planificando el viaje de tres días que íbamos a hacer en agosto a la Expo ´92 de Sevilla, para luego, llegado el momento, irnos a la ventura. 

Llegamos al Bar y al hacer recuento del papelito me doy cuenta de que falta un sandwich. Y vuelta a empezar. Teléfono en mano, llamo a Ventura, para desde el auricular escuchar otra vez el follón, para averiguar cual es el sandwich que falta. 


domingo, 10 de febrero de 2013

Santo Tomás, una y no más



Don´t Leave me This Way The Communards
El resto que no se ve: A la voz: Rafa con guardapolvos.
Teclados: Patricia.
Voz femenina: Nadie la recuerda,
pero gorro llevaba como en el vídeo.
¿Alguien puede decirme quién era el dueño
de la camiseta que llevo puesta?
Es posible que fuese por la festividad de Santo Tomás de Aquino, patrón de los estudiantes, en los tiempos en los que se celebraba a lo grande, con los espectáculos que los alumnos preparaban en su honor, que ponían el salón de actos de bote en bote y lo pasábamos en grande, por un lado, porque no teníamos clase y, por otro, porque pasábamos la mañana  allí metidos viendo todo lo que nuestros compañeros y nosotros mismos nos habíamos esmerado en preparar. Porque en aquel entonces lo hacíamos todo nosotros: espectáculos, viajes de estudios, chiringuitos en la Cruz, en las ferias (escotes prominentes al agacharse a coger bebidas en las neveras...) Santo Tomás era un batiburrillo: playbacks, skechts variados, la historia de la música, la historia del traje, Alaska cantando en el escenario Ni tú ni nadie con una fregona en la cabeza..., imitaciones de Eugenio: "¿saben aquél que diu?", Jesús Hermida con una corbata de Kms. color pistacho, y diciendo "¡si es que soy la pera!", y Gloria Fuertes, la siempre poetisa infantil y musa del dúo Martes y Trece: "el pájarooo pía, el gatoooo maúlla y la arañaaa se escurreeee por ser taaaan capulla".

Puede ser que fuera en aquella festividad, sí, cuando después de las actuaciones todo el mundo se fue a su casa a disfrutar del día festivo. No hay nada como estar en casa un día de escuela, la casa nunca tiene el mismo sabor. La  pandilla, los que allí estuviéramos, más la gente de otras clases, que como nosotros, preferían quemar el resto por ahí, en la mejor compañía que se podía tener en aquellos tiempos: amigos y compañeros, nos hemos quedado en el bar de Pepe, o lo que es lo mismo, el bar del Instituto. Nos hemos traído unas litronas, cuando se podía beber en estos lugares: éramos tratados como semiadultos, y teníamos libertades que con el avance de la sociedad y la "democracia" se han ido perdiendo.

Hemos empezado a hacer juegos de esos del que pierde, bebe: "un limón más medio limón..." con las risas y el alcohol los limones acaban siendo milones y la abuela que tenía nietos, cuantos pues, acababan aburriendo, a pesar de lo divertido que es jugar a estos juegos. Alguien nos ha enseñado un juego nuevo, que tiene una genial canción. Se tiene que jugar sentados en una mesa. Todos en corro, y a la vez que se canta, se van pasando de un compañero a otro cualquier cosa que se tenga a la mano, pero que sea fácil de manejar, un lápiz, un boli..., y lo que acabó siendo el objeto protagonista y colaborador en la banda sonora de aquel juego, aquella mañana y aquel instituto solitario en el que retumbaban los golpes de las llaves sobre la mesa, moviéndose de mano en mano al ritmo que iba marcando la canción. Las  había muy listas y se equivocaban a conciencia, para no dejar de beber:

" San Pedro, San Juan, San Lucas, San Miguel,
jugaban a la ronda del chaca chaca chá.

San Pedro como era calvo chaca chá,
le picaban los mosquitos chaca chá.

Y su madre le decía chaca chá
ay Perico ponte el gorro chaca chá".
(Y vuelta a empezar)




sábado, 19 de enero de 2013

El cortijo de Dori Capítulo 1: unos polluelos


Si existe un lugar realmente importante en la vida de todos los que compartimos aquellos años, y si preguntásemos uno por uno qué lugar es ese, sin lugar a dudas, todos contestaríamos: el cortijo de Dori.
Los lugares, las cosas que no tienen vida y que llegan a alcanzar la calificación de entidad propia, no es por lo que hagan o dejen de hacer ellos, que, evidentemente, al ser seres inanimados no pueden hacer nada por sí mismos, si no que alcanzan ese calificativo por los hechos que allí se suceden y los gratos momentos que en esos lugares se pasan.
Ya por aquella época, el lugar estaba medio en ruinas. Había algunas partes de él a las que ya no se podía entrar por miedo de derrumbe, como era la parte de atrás, que si no recuerdo mal era la zona de las caballerizas. Jamás subí tampoco a la parte de arriba. Y yo es que era muy miedosa para esas cosas. Quizás alguno de mis amigos si fuera a esas partes, pero yo no. El cortijo de Dori requerirá de varios relatos, porque fueron muchas las cosas que allí sucedieron, ya que fueron muchos veranos los que allí pasamos, me atrevería a decir, casi a diario.

Justo a la entrada a la vivienda, a la izquierda había como un pequeño techado y una puerta. Pasó bastante tiempo hasta que me enteré de que aquel lugar era el gallinero. Y de esos pequeños y graciosos animalillos es de lo que hoy voy a hablar.

He mencionado el cortijo de Dori, pero hay una persona que también compartió con nosotros en aquel tiempo momentos dignos de recordar y a los que hacer mención, y este es el caso.
La historia que se nos contó a mi hermana y a mí, no fue en el cortijo, sino en casa de Dori.
Paquita, la madre de Dori, nos contó en cierta ocasión que,...

"Hace muchos años cuando en el cortijo había animales, yo tenía unas gallinas que habían criado, y habían nacido de aquella puesta un puñado de pollitos. Yo me dí cuenta que tan pequeños como eran estaban infectados de piojos. En cierta ocasión, había escuchado por ahí que para quitarle los piojos a los animales había que echarles aceite por todo el cuerpo. Entonces, yo pensando en aquellos pobres pollillos, eso hice. Los cogí uno a uno y los impregné bien de aceite para dejar a los indefensos pollos libres de aquel parásito inmundo. Era verano, y hacía mucho calor. Las gallinas tenían la puerta del gallinero abierto para que anduvieran por aquí y por allá a su antojo. Los pollitos inocentes y sin conciencia de lo que yo había hecho se quedaron al solecito de la tarde. Cuando volví a salir afuera ví un espectáculo dantesco: todos los pollitos estaban tirados por el suelo, muertos, fritos, literalmente al sol."

No era la historia en sí, que realmente, para los que nos consideramos amantes de los animales, es muy dramática, y ella incluso, contaba el hecho con profunda pena por sus pollitos. Pero al tiempo, era tan cómico que ella al contarlo se debatía entre la pena y las carcajadas con las que se reía al contarla. Carcajadas muy características las de Paquita: nunca olvidaré aquella narración, ver a Paquita reír con su risa silenciosa acompañada con el vaivén rítmico al son de la risa hacia arriba y hacia abajo de todo su cuerpo.

No hay que decir que tras conocer aquella historia, rara era la ocasión en la que al ir al cortijo a cualquier guiso o visita vespertina, de algunos de nosotros, bien para echar de comer a los perros, bien para pasar allí el rato por aburrimiento mayormente, no saliera a relucir aquella historia y nos sirviera de risas al recordar el corto y fatal destino de aquellos pobres pollitos andorreando inconscientes por el mismo suelo que nosotros ahora pisábamos.







lunes, 14 de enero de 2013

Astronomía no razonable


Mi pueblo, desgraciadamente para mí, no se ajusta a los cánones marcados por el clima que, por estar situado al sur de la Península, le corresponderían. Eso significa, que el verano aquí dura bien poco, muy bien poco, o no tanto como sería de mi gusto. Lo que más me gusta del verano, en concreto del mes de agosto es cuando se descargan las cabañuelas, lo cual provoca una alegría generalizada, ya que esto significa que el próximo año será de lluvias.

Corría el año 1993. Lo recuerdo perfectamente por un detalle que posteriormente mencionaré aunque no desvelaré al completo, puesto que eso es un secreto. Es mediados de agosto y es noche de estrellas. La tan agradecida y valorada noche de San Lorenzo. Cuando la Tierra en su viaje sin fin, (o al menos no con un fin muy cercano) pasa por una zona de innumerables asteroides provocando un espectáculo en el cielo, que es digno de ver: la lluvia de estrellas.

Estamos sentados en el Copa, y siendo las fechas que son, seguramente en la terraza. Las niñas que estamos todas llevamos tirantes, desafiando, como tanto gusta hacer a estas edades, en esta ocasión al "fresquito nocturno" que suele hacer en estas fechas, cuando de pronto surge la idea de salir al campo a observar tan preciado espectáculo estelar. Todos estamos de acuerdo, así que rápidamente nos ponemos en marcha.

Vamos dos coches y si no recuerdo mal, somos Llado y Mechi, Manoli y Pepe, Dori y yo. Somos seis. Seis personas las que en mitad del Llano Mazuelos nos tiramos al suelo panza arriba a esperar recitarles nuestros deseos más íntimos (yo sé cual es el único deseo que albergo y repito una y otra vez para que las estrellas fugaces me lo conviertan en realidad, y de ahí que recuerde la fecha exacta de dicha excursión) a las estrellas fugaces que minuto tras minuto, segundo tras segundo surcan un cielo espeso que parece que casi se nos va a caer encima de lo oscuro que está todo.

Van pasando esos minutos hasta que alguien empieza a quejarse:

- ¡Oye!, ¿parece que hace mucho fresquito, no?

- Sí, eso parece.

Hasta que pasados unos pocos minutos más ese fresquito se ha convertido en frío, el más auténtico y genuino frío de mi tierra, y estamos que no podemos aguantarnos ya de los tiritones que estamos pegando.

Desesperados preguntamos:

- ¿no tenéis ni una manta ni na en el maletero del coche?

Ante lo que Llado pega un salto y dice:

- ¡¡¡Síiii, yo tengo una!!! Aunque creo que va a ser pequeña para todos.





INTERRUMPIMOS NUESTRA EMISIÓN HABITUAL PARA INFORMALES DE UNOS HECHOS ACONTECIDOS DE ESPECIAL IMPORTANCIA:


Una niña de diez años llamada Dori, tiene una peculiaridad especial, y es caerse donde pille y como pille, sin que las personas que tiene alrededor puedan hacer nada..., generalmente reírse por las formas tan peculiares de hacerlo.
El hecho aconteció ayer tarde, (aunque unos cuantos años atrás) cuando tras acudir a su cita diaria a la casa en la que debe recoger la leche fresca, recién ordeñada que es la costumbre en estas fechas, recoger la leche del lechero, salió de la casa con su pequeña lechera en la mano derecha y Mari Carmen, acompañándola por el mismo lado.
La calle en la que se sitúa la casa es una calle empinada, como casi todas las del pueblo, y al hacer el camino cuesta abajo la niña pegó un resbalón... Todo sucedió en décimas de segundo sin que Mari Carmen tuviera tiempo de nada, solo de mirar por encima de su hombro izquierdo y ver a su amiga muy bien sentada en el suelo, tras pegar un culetazo de esos que generan posterior dolor de cabeza, con su pequeña mano derecha levantada, cual saludo propio de la época, si no fuera por la graciosa lechera que sostiene en firme en la mano, de la que no ha salido ni una sola gota de leche.
La mala conciencia de la acompañante en esta primera caída de la que existe documentación memorística, no la dejó hacer por ella nada más que lo anteriormente mencionado: no parar de reírse de nuestra pequeña y nueva protagonista del cuento de La Lechera.


PEDIMOS DISCULPAS POR LA INTERRUPCIÓN Y LES DEJAMOS CON SU PROGRAMACIÓN HABITUAL



Ante lo que Llado pega un salto y dice:

- ¡¡¡Síiii, yo tengo una!!! Aunque creo que va a ser pequeña para todos.


- Bueno, bueno, tú tráela.

Cuando Llado sacó la manta, teníamos tanto frío que ni miramos el tamaño, nos pegamos los unos a los otros todo lo que pudimos y nos la echamos por encima de los hombros, pero era tan pequeña que apenas abarcaba a la mitad de los que allí estábamos. Así que, a partir de ese momento, el tiempo transcurrió entre tirones por aquí y tirones por allí de la manta, como si de un tejido elástico se tratara no cejábamos en nuestro empeño, mientras nosotros mismos acabamos tan apretujados unos contra otros que ya no era apretujarse, sino unos encima de los otros en busca de la pérfida manta que no se quería estirar.
Pero allí estábamos, firmes en nuestra intención de ver la lluvia de estrellas, no ocupando entre las seis personas que allí estábamos sentados ni medio metro cuadrado, y en esa tesitura nos dieron casi las cuatro de la madrugada.

Cuando llegué a mi casa, tenía los pies congelados hasta las rodillas, y recuerdo que cuando me metí en la cama, siendo agosto como era, me arropé con el edredón hasta las orejas, como en el mejor de uno de los días otoñales.