Me imaginaba siempre en una casa con mucha gente corriendo de aquí para allá, mucho jaleo, todo el mundo hablando a la vez, unos discutiendo, otros haciendo burla, y al fin y al cabo, nadie haciendo caso de nadie.
Mi vida y circunstancias personales no me han permitido tenerla, (nadie piense que me entristezco por ello) pero, en cambio, la vida me ha permitido y, aún lo hace, vivir dicha escena una y mil veces, de la mano, como no, de mis amigos.
Si hay algo que nos ha caracterizado allá donde hemos ido a parar con nuestros huesos, ha sido eso, el jaleo y la escandalera y, es que no sabemos comportarnos en público, o sí, yo soy de la opinión de que lo que sí sabemos es pasarlo en grande cuando nos reunimos, tanto, que cada vez que quedamos para comer, acabamos preparando una escapada a las tantas de la noche para irnos de juerga a Granada, (si alguien no se raja, claro) y recogiéndonos a las "taitantas" de la madrugada después de hacer coreografías y bailar lo no bailable en la discoteca del pueblo.
Es la Navidad del año 2012 y hemos quedado para tomar un café en casa de Lales y Ventura.
Después de pasar la tarde, discutiendo y pegándonos voces unos a otros, entre las idas y venidas de los niños que hacían lo propio en su habitación, buscando el arbitraje de, en este caso, Ventura, y entre llantos y chivateos varios, y mientras la mayor de los niños que goza de unos trece añitos, aproximadamente, nos mira a todos con cara de perplejidad, nos hemos dado cuenta que, como es lo habitual en nosotros, nos ha dado la hora de cenar.
Hemos decidido que vamos a pedir sandwiches al Bar El Kalua, los más ricos del mundo. Con papelito en mano, empezamos cada uno a decidir cuál desea para cenar. La indecisión reina por doquier. Cada uno debe escoger el que es de su gusto, al tiempo que los que disfrutan de su paternidad, deben elegir los de su prole:
Como mi hijo no se come el sandwich entero que se lo coma a medias con el tuyo, sí, pero es que el que tú has elegido no le gusta al mío, entonces vamos a buscar uno que le guste a los dos. ¿Y tu hijo? ah no, por el mío no hay problema que se lo come todo... Entonces van cuatro sevillanos, tres vegetales, un kalua... En total, once, ¿no? ¿Habéis elegido todos? No, yo aún no, que estaba esperando que terminarais todos. Toma elige. Bueno, ¿entonces cuantos van? A ver, eran dos andaluces, tres Kalúas, un vegetal..., ¿pero os habéis fijado que el kalúa es triple? ¡Ay, es verdad! bueno, da igual, yo sí me lo como. ¡¡¡Pero yo noooooo, que es mucho!!! Dame que busco otro...
Ventura, el pobre, se ha hecho cargo de ir apuntando los sandwiches en un papel, para llamar al bar e ir pidiéndolos. El papel ya está lleno de tachones.
¿Pero a ver, no somos doce? ¡ Yo tengo apuntados solo diez! Sí, pero es que como tu hijo y el de Perico no se lo comen entero, se ha pedido solo uno, y mi hermana y yo también nos lo hemos pedido a medias, un triple. Entonces no salen las cuentas..., y vuelta a empezar: dos andaluces, un sevillano, tres Kalúas, un vegetal... en total, once. ¿Estamos ya? Síiiiiiii. Pues venga quién va.
Mi hermana y yo hemos decidido ir a por ellos, y la mayor de los niños se viene con nosotras. Cuando nos montamos en el coche, llevo la cabeza "embotá", y entonces es cuando dándome cuenta de la escena me da por reír. Le contamos a la niña que esos somos y hemos sido siempre nosotros, y recordamos que nos pasamos todo el verano, sentados en la terraza del Copa, planificando el viaje de tres días que íbamos a hacer en agosto a la Expo ´92 de Sevilla, para luego, llegado el momento, irnos a la ventura.
Llegamos al Bar y al hacer recuento del papelito me doy cuenta de que falta un sandwich. Y vuelta a empezar. Teléfono en mano, llamo a Ventura, para desde el auricular escuchar otra vez el follón, para averiguar cual es el sandwich que falta.